Depresión adolescente: la soledad del incomprendido
Cada vez son más los jóvenes que experimentan una profunda tristeza a la que no saben poner nombre. Un enemigo desconocido que, poco a poco, va acabando con su alegría y destruye su capacidad de enfrentarse a la realidad. ¿Qué lleva a un adolescente a sufrir una depresión? ¿Qué medios tenemos para prevenirla y ayudar a quien la sufre?
Por Begoña López-Asiain Martínez
Según un estudio publicado en mayo de 2014 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad en los adolescentes de entre 10 y 19 años en Occidente. Esta dramática realidad provoca, cada año, un notable aumento del número de suicidios a estas edades, situándose como la tercera causa de mortalidad entre los jóvenes, por debajo de los accidentes de tráfico y el sida.
La depresión adolescente no es simplemente un estado de melancolía o la
dificultad normal para enfrentar los retos propios de la edad. Por lo
general, el adolescente cuenta con los resortes necesarios para
atravesar los cambios propios de esta etapa: busca el apoyo de sus
amigos y se escuda en las actividades que disfruta. Sin embargo,
precisamente porque el adolescente está atravesando muchos cambios, es
más frecuente pasar por alto una depresión. El psicólogo Ángel Peralbo,
director del Área de Psicología Adolescente del Centro Álava Reyes Consultores de Madrid,
advierte de que "la complejidad reside en que la depresión adolescente
es un sufrimiento que muchas veces no se detecta". A su vez, "ya
durante la infancia podemos percibir momentos de depresión leve junto a
estados de normalidad que nos despistan y alejan de los verdaderos
motivos que los provocan". Por ello, es importante que estemos atentos a
los síntomas que indican los brotes de esta enfermedad.
Mi hijo, un gran desconocido
La depresión del adolescente no difiere de la del adulto; sin
embargo, sí son distintas sus causas. Los cambios socio-económicos y
culturales que ha experimentado la sociedad en los últimos años han
generado una burbuja que aísla a los jóvenes de lo que ocurre a su
alrededor y los lleva a un nihilismo de valores y un vacío de
expectativas. José Ramón Pagés, coordinador nacional de anaed,
fundación de ayuda contra la depresión, indica que desde que el niño es
pequeño "lo primero que se hace es ponerle dibujos animados. Desayuna
viendo esos dibujos, va en el coche y sigue viendo la televisión. Y
cuando llega a la adolescencia, recibe de regalo un smartphone para que
se siga aislando y no moleste. Pasa el tiempo, y los padres se dan
cuenta de que tienen un hijo que no conocen".
En nuestro mundo impera la prisa y desaparece la posibilidad del adulto
de acercarse al adolescente, para escucharlo con atención. "Cuando un
adolescente tiene la sensación de que no le van a escuchar,
sencillamente se calla. Si llega a la convicción de que no va a ser
comprendido, no pelea por ello ni comparte con sus padres lo que le
sucede. Este punto es muy peligroso, porque cerramos la vía de acceso a
la vida del adolescente", indica Peralbo. Y así, sin darnos cuenta,
perdemos la oportunidad de saber si tiene algún problema o está
sufriendo. Por eso, es importante mantener unas rutinas de comunicación
para saber cómo se desarrolla la vida de nuestro hijo.
Otro de los aspectos que un adulto no puede perder de vista es que el
niño, en su transición a la adolescencia, vive un tiempo convulso en el
que está valorando constantemente "quién es y qué pinta en todo esto",
explica Peralbo. Es de vital importancia que como padres conozcamos las
opciones de éxito de nuestro hijo y no le exijamos "imposibles" . "Por
un lado, somos permisivos y le damos todo lo que quiere. Pero, por otro
lado, no hacemos más que exigirle que sea el mejor estudiante, el mejor
deportista, que sea un hijo fantástico, y, a esta edad, fantástico
fantástico no se es en nada. Y esto conviene saberlo porque muchos de
ellos sienten que no cumplen con las expectativas de su entorno y esto
daña su autoestima", concluye.
¡Actuar a tiempo!
Como cualquier otra enfermedad, la depresión puede ser tratada. El
problema estriba en que hoy en día la mayoría de adolescentes que la
padecen no reciben ayuda oportunamente. Un adolescente depende de sus
padres, de sus profesores y de los demás adultos que le rodean, para
reconocer la enfermedad y buscar el tratamiento adecuado.
"Desde el año pasado se han producido más de 40.000 intentos de suicidio
en España", indica Pagés. Por eso, cuando reconocemos los primeros
síntomas de depresión en un adolescente, estos deben ser tratados con
atención y cuidado. Debemos acompañar su sufrimiento con terapias que
ayuden a canalizar esa tristeza que le consume e impedir que desemboque
en un problema aún mayor.
No todas las depresiones son iguales; la enfermedad puede tener
componentes psíquicos, fisiológicos, sociales, afectivos y emocionales.
En cuanto a lo físico, puede haber un desequilibrio en alguna función
orgánica que también deba ser tratado. Por otro lado, en lo referente a
lo psíquico y lo afectivo, Peralbo subraya que "tenemos que trabajar con
los jóvenes para redescubrir sus ilusiones perdidas, entender qué es lo
que ha provocado que su estado de ánimo esté por los
suelos y proporcionarle los recursos necesarios para abordar esos
problemas. Esto no se consigue con pastillas, sino con especialistas,
tiempo y reflexión". La medicación solo es necesaria en los casos
graves, cuando hemos detectado la depresión en un estado dramático en el
que hay riesgo e incluso signos de autolesión o pensamientos muy
negativos que se repiten diariamente. "Si tomamos las pastillas como
primera opción, estamos dejando muy poco margen al adolescente y al
entorno para que juntos puedan tratar el problema".
Pilares de apoyo
Por otro lado, es importante que el adolescente cuente con referentes
sólidos. "Existe hoy una falta importante de liderazgo y los adultos
están también desorientados. Las familias se rompen y los pilares de los
jóvenes se caen. Entonces, ¿qué pasa cuando a uno le fallan las
referencias?", reflexiona Pagés. Vivimos en una sociedad amoral
sustentada por los pilares del dinero y del "eres en función de lo que
tienes" , donde el amor se ha relegado a un segundo plano. "Hemos
perdido valores importantes: los religiosos y la estructura familiar. Ya
no se cree en nada ni en nadie y gastamos más tiempo y dinero en
tecnología para los niños que en besos, cariño, amor, comprensión y
enseñanza", añade Pagés.
El adolescente necesita mucho amor y una guía constante, aunque parezca
que la rechaza, acompañados de principios sólidos para enfrentarse a las
dificultades, que le permitan recuperar el norte cada vez que lo haya
perdido, y darle sentido a lo que ocurre en su entorno. "Sin esta
actitud estamos enseñándole a priorizar lo material ante lo espiritual, y
con tanta superficialidad le quitamos el tiempo que tiene para
conocerse a sí mismo y a quienes le rodean", concluye Pagés.