Lo que el disfraz esconde
La fiesta de carnaval es la excusa perfecta para perder la vergüenza y pasar un buen rato, pero hay algo más allá de la desinhibición. El subconsciente no engaña: detrás de la máscara proyectamos impulsos o sentimientos que permanecen ocultos en nuestra vida cotidiana
Marina ' MADRID/EFE/MARINA VALERO Viernes 24.02.2017
Carnaval de Venecia. EFE/Andrea Merona
El carnaval está a la vuelta de la esquina, y con él la oportunidad de hacer caso a los expertos: "disfrazarse es positivismo y saludable". Así lo afirma Elena Borges, psicóloga clínica. Participar en la comparsa es divertido y gratificante. "Este tipo de actividades dan vida" incluso a los observadores que dejan el disfraz dentro del armario.
Para José Álvarez, presidente de la asociación de psicología Mentes Abiertas, "el carnaval permite sacar toda la parte lúdica, todo lo dionisiaco". ¿Qué mejor manera de celebrar la vida? Las ganas de disfrutar se unen a la alegría de estar con el otro. El resultado es un ambiente generalizado de libre albedrío y desinhibición.
No más autocensura
La máscara concede libertad: "esconderse detrás de algo que no deja ver quienes somos tiene el beneficio de sacar algunos rasgos de personalidad escondidos". Álvarez asegura que el miedo al rechazo, al 'qué pensarán de nosotros' o al 'qué pensaré de mí mismo' es menor en el marco de permisividad del carnaval.
Borges lo ratifica: "en carnavales afloran sentimientos ocultos o reprimidos que proyectamos a través del disfraz". Sacamos a la luz esa "caja negra" guardada en lo más profundo del subconsciente.
Un ejemplo: ¿por qué hay tantos hombres que se disfrazan de mujer? "Todos tenemos componentes masculinos y femeninos, y una forma de divertirse es mostrar eso que no podemos plasmar en el día a día", afirma la psicóloga. Las convenciones sociales imponen la censura y los carnavales la suprimen: "con el disfraz te saltas esas normas de forma graciosa".
Conducta del enmascarado
El antifaz es un escudo para quienes huyen de la interacción social por timidez. El presidente de Mentes Abiertas señala que el disfraz "proporciona un espacio de mayor seguridad para iniciar una relación con el otro".
EFE/Mauricio Dueñas
Es el primer paso para que los más reservados dejen a un lado la vergüenza y se suelten en su vida normal.
El contexto carnavalesco facilita el contacto con otras personas y muchas veces da pie a "la pasión y el desenfreno". Borges advierte: "este tipo de fiestas suelen ir acompañadas de alcohol, por lo que hay que tener cabeza para no extralimitarse". El disfraz también favorece una relación distinta con el propio cuerpo en la pista de baile:
"La persona juega con el movimiento y la expresión corporal, se deja llevar por el ritmo y no tiene miedo a hacer el ridículo", apunta Álvarez.
Quien se disfraza con mucha frecuencia y de manera compulsiva esconde miedo a mostrarse tal y como es. Según José Álvarez, "habría que plantearse qué es lo que está reprimiendo o censurando y por qué".
La careta de todos los días
No necesitamos disfraz para llevar una máscara. "Ya la utilizamos cada día para mostrarnos al mundo tal y como nos gustaría que nos vieran", afirma Álvarez. Si algún rasgo de nuestra personalidad no está aceptado por la sociedad o por nosotros mismos, la solución es drástica: autocensura.
El miedo a la opinión de los demás nos lleva a esconder lo que consideramos una debilidad, "que no tiene por qué serlo".
Según Elena Borges, los seres humanos adoptan esta actitud por educación, por protocolo o para tapar inseguridades. ¿Cómo? Fingiendo tener mucha confianza en sí mismos cuando no es así. Pero la inseguridad se nota, bien sea por la conducta o por el lenguaje no verbal.
"Buscamos excusas, pedimos perdón, nos mordemos la lengua o movemos mucho las manos. Cada gesto tiene su significado. Si llevamos algo dentro, tiene que salir", concluye la psicóloga.
¿Hasta dónde llega tu imaginación con el disfraz?
Carnaval de Tenerife. EFE/Ángel Medina
El acto de disfrazarse estimula la creatividad para causar algún tipo de impacto en los demás. El objetivo es ser original dentro de un espectáculo de luces y colores de lo más vistoso. Las comparsas más impresionantes desfilan cada año por las calles de Río de Janeiro, en Brasil.
Poco tiene que envidiar el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional, así como el de Cádiz, que además entra en la lista de los diez Tesoros del Patrimonio Cultural Inmaterial de España junto a las Fallas de Valencia o el Camino de Santiago. No es menos llamativo el Carnaval de Venecia, famoso por sus máscaras.